Educación/Sociedad

El rugby en la cárcel: bajó la reincidencia y los presos piden por más educación

Motivados por la obra de una cancha de césped sintético, 200 reclusos del penal San Martín quieren estudiar, pero hay sólo 70 vacantes y tres maestros

Al concluir uno de los entrenamientos, el tono afable de Eduardo “Coco” Oderigo mutó con un énfasis inusual: “A partir de ahora -dijo el DT, abogado penalista y entrenador del SIC-, el que quiera ser Espartano deberá estudiar. Y todo aquel que quiera usar el nuevo Coliseo también tendrá que terminar sus estudios. ¡Sin excepción! Difúndanlo entre el resto de los pabellones”.

Los casi 100 reclusos de la Unidad 48 de la cárcel de máxima seguridad de San Martín que se entrenan como Espartanos -el equipo de rugby que Oderigo creó y dirige hace nueve años, y que logró bajar la reincidencia delictiva del 65% al 5% contagiando los valores del deporte- aceptaron el desafío. Nadie quiso quedar fuera del equipo, que ocupa el pabellón 8 del complejo penitenciario. Y menos cuando en un mes y medio el penal estrenará la primera cancha de césped sintético del país -El Coliseo-, que ahora deja atrás su ríspida superficie de tosca.

Las “nuevas reglas” se difundieron dentro del penal y otros 110 presos, de una población carcelaria de 537 reclusos, se inscribieron en el nuevo ciclo lectivo. Con ese incentivo, que les permitirá también jugar allí al fútbol, la mayoría de los presos quiere ahora terminar la primaria, retomar la secundaria o, incluso, comenzar la facultad en las carreras de Sociología o Trabajo Social que dicta la Universidad de San Martín. Allí estudian junto a los agentes penitenciarios.

“Quería sacarle otra ventaja a la cancha para ellos e, indirectamente, para toda la sociedad, ya que con educación y deporte la reincidencia baja drásticamente”, afirma Oderigo. “El problema es que acá la educación no funciona, no sólo porque ellos no le ven el incentivo al estudio; también porque esta cárcel tiene sólo 70 vacantes estudiantiles cuando la demanda ahora triplica ese número.”

Por el paro docente, las clases no comenzaron en el penal. Pero el horizonte educativo es aún más acuciante: hay sólo cuatro aulas y tres maestros. Se necesitan más docentes, además de extender los turnos de estudios para capitalizar el interés de esos 210 presos dispuestos ahora a forjarse un nuevo futuro.

En 45 días la cancha quedará inaugurada, pero sin maestros es imposible avanzar. Oderigo le transmitió el problema al ministro de Educación Esteban Bullrich. La solución que diagramó esa cartera es instrumentar el Plan de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (Fines) en el penal, que acorta las horas de estudio y descomprime las aulas sin bajar la calidad educativa: los presos completan parte de las tareas en los pabellones. “Pero la implementación depende de la provincia de Buenos Aires y ahí la rueda va más lenta”, explica el entrenador.

El complejo penitenciario de San Martín se inauguró en 2006. Cuatro años después comenzó a funcionar la escuela, diseñada para una elite: casi el 12% de la población carcelaria.

“Esa realidad debe cambiar”, dice Alberto Espinoza, subdirector de régimen del penal. “La transformación de los Espartanos en su conducta se debe a que ellos ven que hay gente como Coco y sus voluntarios que se ocupan de ellos, que les dan su tiempo, les enseñan a acatar reglas, les transmiten valores y eso primero los transforma en la cancha y luego en la vida”, dice. El equipo tiene dos lemas acendrados. Suelen repetir que ellos viven de segundas oportunidades y que, como les dijo el papa Francisco cuando recibió a diez ex Espartanos en el Vaticano, asumen que “lo importante no es caerse, sino no permanecer caídos”. Por eso estudiar, enseñarles un oficio, tener un trabajo, es su única esperanza para no reincidir al salir.

La frase del Papa, estampada con los colores naranja y amarillo del equipo, coloniza las paredes del pabellón 8. En “La casa”, como llaman a ese espacio exclusivo para los rugbiers, reina el orden, la solidaridad y el respeto. No sólo entre ellos, sino también para con sus posesiones. Enmarcado, cuelga su decálogo de convivencia de 18 reglas. “¿No tienes? No envidies; ¿ofendes? Discúlpate; ¿pides prestado? Devuélvelo”, se lee al lado de rosarios, Vírgenes y camisetas firmadas de los Pumas. Hay fotos también de sus partidos fuera del penal: en Newman, San Andrés y Cuba. Unas 21 empresas han empleado a Espartanos que purgaron penas por delitos graves como homicidio, robo o secuestro, aunque la transgresión habitual es el robo calificado.

“La experiencia laboral ha sido muy exitosa”, afirma Oderigo. “Si alguien se anima a darles trabajo, no reinciden y cumplen mejor que cualquier otro empleado. El problema es que, salvo por amigos míos que les dan una oportunidad, son todavía pocas las empresas que los emplean al tener antecedentes. Y la cuestión de fondo es que necesitan educarse y aprender un oficio, para no caer en el atajo anterior.”

Existe un plan dentro del penal para instrumentar talleres de carpintería, mecánica, herrería, electricidad y plomería, todavía en suspenso. “Nuestra deuda como servicio penitenciario es facilitarles también educación”, agrega Espinoza, quien suele jugar en el equipo.

Gabriel tiene 24 años, es apertura y capitán de los Espartanos. Fue condenado a 10 años de prisión por intento de homicidio y robo. “Si hubiera encontrado este deporte antes, hoy no estaría acá”, dice a LA NACION. “No puedo cambiar el pasado, pero me arrepiento del daño que causé. El rugby me cambió la vida y eso se lo debo a Coco y a los entrenadores. Valores como el compañerismo, el esfuerzo y la superación son cosas que no conocía y que me hacen bien. Seguir estudiando es clave”, dice.

Hace casi siete años que Jonathan, de 29, cumple una condena a 13 años por homicidio en ocasión de robo. En el penal ocupó una de las vacantes para estudiantes y terminó la secundaria. Cuando se reanuden las clases ingresará en la facultad. “El rugby y el estudio me dieron la mejor oportunidad de mi vida, que fue poder recibirme y conocer a mi hijo. Su mamá no quería traerlo aquí, pero aceptó llevarlo a San Isidro cuando jugamos allí. Sé que seguir estudiando me va a ayudar, porque cuando salga quiero tener otra vida y no volver nunca más a la cárcel.”

Como todos los martes, Coco, una treintena de voluntarios, muchos de ellos abogados y jugadores de rugby, junto con Santiago Cerruti, un profesor de educación física nombrado por el Ministerio de Justicia para replicar el modelo Espartanos en otras cárceles del país, ayudan en los entrenamientos.

Cuentan que correr sobre pasto sintético y no sobre tosca y estudiar por las tardes es hoy su mayor desvelo. La Ceamse y otras empresas, incluida alfombras El Espartano, juntaron los 3 millones de pesos para inaugurar El Coliseo. “Necesitamos la respuesta del Estado -insiste Oderigo-, porque sin educación, el sueño de cambio se esfuma en el perímetro intramuros de un penal. Y luego paga toda la sociedad.”

Fuente: La Nación