Un maestro full time: junto a la comunidad, transformó la escuela
Con padres, alumnos y docentes, Martín Cornell convirtió a esta primaria en el corazón del paraje

El docente comenzó a recorrer a pie las casas donde había chicos en edad escolar. Poco a poco, se empezó a correr la bola: “Hay maestro”.
El 27 de marzo de 2007 fue su primer día de clases: eran dos alumnas y él. A los pocos días, ya sumaban unos 65 chicos, de 1° a 6°. Durante un año y medio, Martín fue el único docente y adulto de toda la escuela.


“La vecina cocinaba en su casa y con uno de los chicos más grandes íbamos a buscar la olla y la traíamos: se comía en el patio o en el aula, porque no había comedor”, recuerda. Y agrega: “Los chicos hablaban sólo portuñol y muchos directamente no hablaban: tenían miedo o vergüenza”. Señalándoles un vaso o un tenedor, él les preguntaba: “¿Cómo se dice esto?” “¡Copo, maestro!” “¡Garfio, maestro!”.
Durante tres meses vivió en lo de unos vecinos y, luego, con la ayuda de la comunidad, equipó un depósito desocupado que fue su primera casa. Más tarde, construyeron la actual, junto a la escuela, donde vive con su mujer, Alejandra Rosi (profesora de huerta y coordinadora de los talleres de educación agraria), y sus dos hijos varones (el tercero está en camino).
“Llegué primero con la idea de estar un año y ver cómo era ser maestro rural. Ya llevo diez. Se pasó rápido”, confiesa Martín. Y es que a medida que se fueron cumpliendo las metas que se proponía surgieron otras.
Sin descanso
Moverse sin parar. Ésa fue la clave. Buscó padrinos. Insistió para que se crearan nuevos cargos docentes. Contactó al INTA para empezar con la huerta, porque sabía que la educación agraria era clave para esa zona, revalorizando los saberes de las familias e involucrándolas, al mismo tiempo que se incorporaban conocimientos técnicos y se cuidaba el medio ambiente.

“Esto era la escuela cuando llegué”, dice mostrando un álbum de fotos, mientras sus alumnos (siempre con el tereréa mano) se concentran en los libros. “Solamente dos aulas. En 2007, hicimos el comedor, la cocina y la primera biblioteca. Sumamos 7°; la escuela de oficios, la huerta, el vivero, los animales y el centro comunitario; y en 2010, el nivel inicial con sala de 4 y 5 años”.
Además, se fueron incorporando los talleres optativos de cine, radio y artes; y las horas especiales de informática, huerta y danza folklórica.
Después del picadito de fútbol que cierra la jornada de cada día y mientras algunos adultos se sientan en los bancos del jardín para usar el Wi-Fi de la escuela, Martín cuenta: “A diferencia de lo que pasa muchas veces con los docentes taxis en las ciudades, que van de una escuela a la otra, sin identificación o arraigo, acá vivimos en la colonia y compartimos la vida con los alumnos. Uno es maestro full time y está permanentemente para las necesidades que van surgiendo en la comunidad”.
Fuente: La Nación